Entrando directamente en
materia la temática, lo que concentra el
interés de éste post es el estado como fenómeno social, cultural e
histórico además por cierto de lo más evidente que es lo político, la idea es
darle una aproximación desde la mirada antropológica y también sociológica y de
ésta manera acercarnos a un tratamiento teórico de sus cualidades culturales con
la que esperamos complementar una lectura histórica aplicada a nuestro
estudio sobre el fenómeno en Chile.
Como una breve
introducción debemos contextualizarnos teóricamente en el estado como fenómeno
histórico y cultural, el estado republicano es uno de los productos más
definitorios de la modernidad en su dimensión política. En tanto construcción
histórica ha sido un instrumento de dominación y muy específicamente la
homogenización de la diferencias y diversidades, la idea de estado y de nación constituyen por tanto el núcleo
de un discurso que con diversas intensidades mantiene aún presencia en la
actualidad y en particular en nuestros países. Al respecto en el caso de quien
suscribe, epistemológicamente desde Chile un país en el que el discurso
modernizador y la ideología del estado ha sido tan omnipresente a través de
nuestra historia como también poco estudiado desde ciencias sociales, en
especial en disciplinas como la sociología y la antropología, más si
consideramos de que los ejercicios de construcción de las mitologías nacionales,
la invención ideológica de la historia a partir de a segunda mitad del siglo
XIX es básicamente la mitificación del estado en tanto instrumento políticos
de una reducida fracción de las elites
nacionales. Es por tanto útil relacionar analíticamente algunos de los
planteamientos seleccionados.
Entrando en
materia y sin un ordenamiento exacto ni mayormente organizado plantearemos el
diálogo y discusión entre algunos textos teóricos comenzando con el trabajo de
los ingleses Corrigan y Sayer (1985), cuya tesis central versa sobre una
interpretación teórica del proceso de la formación del estado conceptualizando
ésta dinámica de emergencia institucional y política como una “revolución
cultural”, hay que agregar que su análisis desde una perspectiva histórica y que
teóricamente recurre a clásicos como la obra de Marx/Engels y a las sociologías
de Weber y Durkheim, siempre si desde una perspectiva materialista, eso si que
con un matiz ciertamente más abierto y flexible que el de autores inscritos en
miradas tradicionales del materialismo. Como objeto de estudio de este proceso
de construcción del estado los autores abordan el estado ingles en un análisis
histórico.
Siguiendo a
Weber el capitalismo burgués moderno no puede entenderse sin contemplar el
estado nación como oportunidad de desarrollo de sus condiciones elementales[1],
el estado es parte del mismo proceso histórico que el capitalismo moderno, no
son fenómenos independientes sino que imbricados, simbióticos.
Por otra parte
rescatan de Marx la idea de que las sociedades burguesas necesitaban del estado
para “afirmar” sus relaciones internas, ambos teóricos coinciden al develar el
papel del poder en el campo de la construcción del estado, de hecho Weber nos legará una de las
definiciones clásicas en ese sentido al conceptualizar al estado como “el
monopolio legitimado de la violencia” por tanto desde dicha mirada, la
construcción de los estados modernos habrían sido procesos de monopolización de
la violencia, una monopolización en muchos casos secular[2],
una revolución cultural en la secularización histórica de la modernidad, siendo
el estado moderno la estructura u organización humana que detenta el monopolio
de la violencia física en una sociedad, estado y dominación están ligados desde
la fundación del estado como instrumento aunque destacando que (la violencia)
“no es el medio exclusivo pero si específico”
y es el estado quien “cede” el derecho a utilizar la violencia física.
Esta
definición nos lleva a adentrarnos en la obra de Max Weber[3]
, particularmente explorar algunos momentos de su clásica conferencia “El
Político y el Científico”, poniendo gran énfasis en la cuestión del estado en
su naturaleza y su funcionamiento y muy importantemente del problema de la
legitimación del poder ya que es el poder el tema que finalmente atraviesa en
todas sus arterias lo político.
Creemos que
podemos establecer un puente teórico coherente entre el problema de la
legitimación del poder en Weber, su concepción del estado y la relación a la
violencia y el concepto clave planteado por Corrigan y Sayer, el de revolución cultural, en este sentido
éstos últimos argumentan que el análisis del estado debe de superar el enfoque
tradicional marxista y leninista del estado como “burocracias armadas” o de
orden y reclusión entrando en los terrenos de las prácticas, rituales y otros
elementos simbólicos que sacralizan su autoridad en la cotidianidad de la vida
social representando un cambio sustancial al introducir un amplio repertorio de
patrones ritualizados los que introyectan homogeneidad en la diversidad pre
estatal de la población dando forma a dicha revolución cultural., la noción de
“revolución” implica que éste nuevo
repertorio de prácticas significa un cambio respecto de las prácticas algo así
como la instauración de un nuevo paradigma en la terminología de KHUN[4]
pero en este caso sobre la dimensión político cultural en las formas de
conductas pre estatales y un reemplazo cultural que prescribe y prohíbe
manifestaciones dentro del campo del comportamiento social, es decir ejerce una
reglamentación de la vida pública.
Volviendo a
los aportes de Weber, la legitimidad de la dominación y sus múltiples formas su
análisis tipologiza tres procesos de legitimación del poder, por una parte la
legitimidad tradicional, habitual en regimenes antiguos, podríamos para los
fines de nuestra revisión relacionar ésta forma de legitimidad a las
situaciones pre estatales (anteriores a la revolución cultural de los estados);
también legitimidad carismática, la que habrían ejercido profetas, jefes y en el
caso de la política moderna el caudillo; y finalmente la legitimidad legal
basada en la obediencia y por consecuente en la “creencia en la validez de los preceptos legales y en la competencia
objetivamente fundada sobre normas racionalmente creadas” (Weber
1919), y que corresponde con las “formas
normadas” introducidas y prescritas por el estado en tanto revolución cultural,
en ese mismo sentido tanto las normas como los comportamientos legitimados así
como los rituales establecidos por el estado solidifican mediante la
sacralización del estado y su discurso en el contexto de la modernidad
occidental.
En relación al
texto de Corrigan y Sayer y en términos históricos es interesante destacar la
singularidad del caso ingles (sobre el que versa el documento), el que fue una
nación tempranamente protestante[5]
(anglicana) además de configurar un
estado nación de forma muy precoz en relación a otros polos políticos y
culturales de Europa no obstante las particularidades son de mayor profundidad
y trascienden lo cronológico debido a que el proceso de constitución del estado
nación inglés y de sus capas burguesas siguió un proceso muy distinto al de por
ejemplo el caso francés de ésta forma en la consolidación del estado
sobrevivieron una serie de importantes rasgos tradicionales pre modernos, los
que paradójicamente habrían contribuido a fortalecer al estado inglés en su
proceso dinámico de construcción.
El estado y su
revolución implicaría un proceso
constante de regulación de las “formas culturales”, cada aspecto de la vida
social tendría en ésta revolución su forma regulada es decir cada una de las
prácticas institucionalizadas o las clásicas “instituciones sociales” de la
sociología funcional clásica como la educación tendría su correlato en las
regulaciones del estado en la escuela o el orden y su regulación policial es
decir las formas establecidas y específicas que el estado imprime luego de ésta
revolución.
En éste mismo
sentido la política tendrá en éste contexto un proceso de sinomización a las
formas institucionales del estado de forma de que el pensaren política nos
llevaría a pensar en las manifestaciones reguladas y establecidas por el estado burgués y que
configurarían la política burguesa con sus visibles componentes electorales,
parlamentarios y partidistas en ese sentido los autores destacan que “la definición de lo que se considerara
“Política” proviene por supuesto de las instituciones del estado” (Corrigan
y Sayer 2007:45). Más allá del análisis del caso inglés ésta sinomización ha
podido verse también (por acercarnos a un ejemplo más directo) en otros
procesos de construcción estatal como en el caso del estado chileno en el que
la construcción de una “historia política oficial”[6] ha ayudado encapsular el significado de lo
político en función de las dimensiones institucionales “reguladas
culturalmente” por el estado, restando o más bien negando la “categoría” de
político a lo que históricamente ha quedado fuera de las parcelas de un estado
que ha sido apropiado por aristocracias y oligarquías simultáneamente que ha
constituido el pilar de una idea de estado difundida posteriormente por otros
canales institucionales como la escuela.
El papel de
éstas nuevas prácticas reguladas cumplirían el rol del rito que reafirma la
doctrina si se nos permite involucrar conceptos asociados a la religión. En éte
punto la analogía entre la política y la religión no es antojadiza si nos
detenemos en que una intersección relevante entre ambas es el poder como una
dimensión institucionalizadota en tanto el estado es (para ambos autores y
siguiendo el legado de Marx) un proyecto totalizante que homogenizaría a los
seres humanos incluidos en el estado como miembros de una comunidad de
características ilusorias. Esta homogenización borraría “el reconocimiento y la expresión de estas diferencias” (Corrigan y
Sayer 2007:46), las diferencias inherentes a las sociedades de tipo
burguesas.
En ésta
dimensión podemos hacer la relación a los nuevos ritos de ésta nueva
construcción, resultantes de éste proceso revolucionario como herramientas para naturalizar la
homogenización cultural antes comentada, ésta construcción de un nuevo poder
secularizado requiere de un elemento central con el que sacralizarse y es ahí
cuando aparece la idea de nación como instrumento de consolidación de un
“nosotros” por cierto ilusorio (respecto alas relaciones internas) y
simultáneamente de un “otro” o de otros en el campo de las relaciones externas,
la idea de nación estaría potentemente cargada de un poder moral de
identificación lo que nos puede dar pie a la conexión durkheimiana (no sin
reconocer un pequeño salto conceptual mediante) planteada por ambos autores al
rescatar la idea de “disciplina moral” y
la consideración del estado como el órgano máximo de ésta forma disciplinante
aunque los autores complementan la idea de Durkheim con nociones marxistas que
introducen el conflicto entre las distintas clases con lo que niegan
directamente la neutralidad en el disciplinamiento moral del estado. El estado
no hace relación en su discurso a aquello en contra lo que se construyó (Ibib:50) y que podríamos relacionar a las formas culturales no prescritas por el
estado, las culturas de clase, estamentales, étnicas y de género excluidas del estado como representación.
En los casos
argentino y chileno vemos ejemplos de éste fenómeno en la relación a la
construcción de ambos estados durante el siglo XIX los que con diferencias se
embarcaron en decididos proyectos modernizadores que buscaron borrar lo que
consideraban el atraso, lo tradicional, lo indio construyendo un discurso ad
hoc que no sólo validaba una forma específica (la del proyecto de estado nación
elitario en ambos países) (Boholavsky y
Godoy 2008:3) rescatando dichos procesos de construcción de estados, tanto el
inglés de Corrigan y Sayer como también en los casos argentino y chileno
observamos que tanto los estados como sus contriciones discursivas efectúan un
doble ejercicio, el de prescribir y proscribir, que podemos relacionar desde la
mirada decosntructiva como un proceso de escritura y borradura, siguiendo a
Derrida podemos generar una analogía entre los patrones culturales de la
revolución cultural de Corrigan y Sayer como actos de “escritura” que actuarían
simultáneamente “borrando” los patrones proscritos por el estado entendiendo que
la escritura es un sistema finito por lo que el hecho de que desde el momento
que “haya una inscripción hay
necesariamente una selección y por tanto una borradura, una censura, una
exclusión” (Derrida 2002), la inscripción la hace el estado y su discurso y
sus prácticas reguladas y homogéneas, la borradura son los discursos marginados
por la construcción estatal y sus prácticas culturales lo que podemos
relacionar nuevamente al contexto argentino y chileno con las políticas de
“pacificación” que significaron una violenta invasión y sometimiento de pueblos
originarios en ambos países.
Bibliografía:
-Bohovslasky E
y Godoy M . “Ideas para la Historiografía de la Política y el Estado en
Argentina y Chile”. En POLIS, Revista de
la Universidad Bolivariana Nº 19. 2008.
-Corrigan, Philip y Derek Sayer .
“(Introducción) La formación del Estado inglés como revolución cultural”. En: Lagos, M.
y Calla, P. (comp) Antropología del Estado: Dominación
y prácticas contestatarias en América Latina Cuaderno de Futuro Nº 23, La Paz:
INDH/PNUD 2007
-Weber, Max 2000
(1919). “La política como vocación”. En: Weber, M. El político y el científico, México: Ediciones Coyoacán, pp.
7-80 “”
- Derrida J.
En entrevista para el documental “Da´llieurs, Derrida” de Safaa Fathy. Le Sept
Art. Gloria Films Production 2002.
[2] O por
lo menos con una tendencia de secularización, aunque dicho fenómeno varía
enormemente de un caso a otro.
[3] Tenemos sin embargo que contextualizarnos para abordar
los contenidos de dicho documento ya que hablamos de un sociólogo transicional
entre el siglo XIX y XX no obstante su
obra tiene fronteras y desplazamientos
mucho más amplios, Weber no es sólo un sociólogo de la modernidad en crisis
sino un intelectual que logro salir del paradigma de occidente con un análisis
meticuloso de las formas de organización social, económica y especialmente
religiosa en distintos contextos orientales. Una vez destacado este detalle
entramos en lo político, sobre este tópico su conferencia emerge desde el
concepto de estado moderno.
[4] En
relación a Thomas Khun y su clásica obra de
teoría del conocimiento “La Estructura de las Revoluciones Científicas”
[5] Aunque
por motivos tal vez de una coyuntura más puntual que en el caso alemán, como
olvidar el episodio de Enrique VIII.
[6] Hasta a
mediados de la década de los 80`s la historiografía chilena había tenido una
orientación netamente política, la historia del país se había contado a través
de la cronologización de las etapas políticas acentuando el papel de los
gobernantes dejando completamente afuera todo lo excluido del dominio del
estado. A partir de dicho periodo y en adelante la llamada Nueva Historia
Social se consolida como un importante referente historiográfico que da
sustancia a sujetos históricos antes invisibilizados (obreros, campesinos,
peones, artesanos, empresario etc) por la historia política tradicional
chilena. Destacamos en ese sentido el trabajo de Gabriel Salazar, Sergio Grez y
Julio Pinto entre otros autores.
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