En el siguiente post comparto mi lectura y revisión de un notable trabajo antropológico, "“Road Mythographies: Space,
Mobility, and the Historical Imagination in Postcolonial Niger” (2002) de Adeline Masquelier, un trabajo que pone en juego una lectura en que el espacio, la historia y la memoria se coproducen a través de una historia y experiencias colectivas de colonialidad, expropiación y contradicciones. Mi propia lectura recupera algunos abordajes que pongo en diálogo a algunas cuestiones relativas a mi investigación actual en antropología del espacio e historia regional.
Descontando algunas muy notables
excepciones, las ciencias sociales sociológicas y antropológicas, en especial en sus vertientes clásicas han
tenido en la dimensión espacial como una de sus grandes deudas, por fortuna -y
por qué no también por las intersticialidades de la modernidad tardía- se ha
producido un giro hacia la espacialidad, podemos en ese sentido mencionar por
ejemplo la influencia de autores tan relevantes como Henry Lefebvre y su “Producción
Social del Espacio”. Desde las páginas del autor francés podemos estar de
acuerdo en que el espacio es una relación social, una relación social en la que
la dialéctica y la historia no quedan ausentes sino que deben ser especialmente
atendidas.
Es el espacio una dimensión íntimamente ligada a las formas
de temporalidad y por tanto inseparable de las formas de memoria social que los
grupos humanos construyen.
El trabajo de Adeline Masquelier,
antropóloga africanista norteamericana,
reúne muchos de estos elementos y lo hace de una manera notable, sobre
todo en su forma de textualización en la que logra una claridad increíble para
un conjunto de fenómenos que están impregnados de una complejidad tal, que a mi
criterio sorprende la precisión con que se expresa narrativamente.

Es Masquelier en cierta medida
una heredera o más bien, una continuadora de la escuela a la vez histórica,
espacial y política configurada por los Comaroff, y su trabajo reúne algunos de
las principales marcas desarrolladas por los sudafricanos, a saber, la
importancia de la historia, las dinámicas dialécticas de la memoria y las
formas que la violencia poscolonial marca en el paisaje subjetivo de los
pueblos investigados.
El trabajo de nuestra autora
centra en las memorias compartidas por los Mawri de Niger respecto del paisaje
social y los significados de la carretera dentro de la materialización de su
experiencia colonial.
La carretera, entendida
asépticamente como símbolo de progreso, como ícono de la nación poscolonial
deja afuera formas de subjetividad que están atravesadas por la violencia y por
múltiples y complejas superposiciones en la experiencia histórica.
La carretera es por tanto un
fenómeno de construcción de un nuevo orden, a la vez que de destrucción y
descomposición de otros tantos, la carretera se revela como un protagonista de
la modernización colonial de Niger, proceso en el que el terror y el
sufrimiento quedaron impresos de forma indeleble en su construcción, por tanto
la carretera habría no
solamente borrado el pasado en tanto transformación del paisaje sino que además
lo cubrió de capas de grava y asfalto (Masquelier 2002:830), esto de forma
figurada como literal, no obstante mi lectura de su trabajo hace que tenga
destaque una persistencia dialéctica del pasado.
Su trabajo hace eco también de
los cuestionamientos a lo que la autora denomina como “el conveniente isomorfismo entre el espacio, el lugar, la cultura o la
nación” (Ibid: 832), recurriendo a aportaciones provenientes de la teoría
posmoderna, los estudios poscoloniales y la teoría feminista.
Recogiendo lo planeado en el
párrafo anterior resulta en una articulación central en su trabajo y en el que
la autora nos plantea que la carretera-para los mawri de Niger- vincula el
pasado y el presente, los funde en una tangible inmediatez. Es decir para los
Mawri, la carretera hace presente un pasado de sufrimiento, terror y violencia
vivida, experienciada en el periodo poscolonial[3].
Aunque ya son varias décadas las
que han pasado desde la construcción de las carreteras, las autora señala que
estas pese a ser una parte ya asimiladas del paisaje no son consideradas como
lugares neutrales y seguros.
Para los Mawri la carretera
aparece como un espacio habitado por una serie de espíritus no domesticados,
los que deambulan por la carretera fuera del potencial control de los humanos y
a la vez inmunes a la protección de los amuletos. Pero cabría preguntarse sobre
la genealogía histórica de dichos espíritus y es precisamente aquel un punto de
inflexión, punto en el que se condensan la memoria y el espacio en la
experiencia histórica, acá nos encontramos con la notable superposición, la
refracción de elementos, dimensiones y capas que recuerdan bastante a trabajos
de los Comaroff (1999;2003) en la forma caleidoscópica de establecer
vinculaciones y en el enfoque histórico-político.
El espacio, atravesado por la
carretera aparece como desigualmente saturado entre las expectativas de la
modernidad y los fantasmas de una experiencia colonial sangrienta. Experiencia
que po lo demás se complejiza aun más como se deriva de las reflexiones que la
autora sigue tejiendo.
En ese tejido de interpretaciones
y vinculaciones en la historia Masquelier devela múltiples contradicciones
encarnadas en la carretera, las que orbitan entre la fascinación y el terror,
las oportunidades y la marginalización , los espíritus que deambularían por la
carretera, que aterrorizan, asaltan e incluso que le quitan la vida a los viajeros, experiencias que expresarían dichas contradicciones y ambivalencias.
La cuestión del viaje y la
movilidad a través de la carretera aparece como una experiencia ambivalente y
penetrada de terror. Las cifras de muertes en la carretera son significativas,
la autora plantea que 2000 personas mueren al año en accidentes
automovilísticos. Aunque como bien señala Masquelier no puede dejarse de lado
la constatación de la inseguridad de los automóviles de los que se dispone en
Niger-especialmente por su falta de adecuada mantención- sin embargo las muertes no pueden ser desvinculadas de
los espíritus de la carretera, de aquello se ocupa muy bien la propuesta Mitográfica de Masquelier.
Podemos otra vez más interrogarnos
por la genealogía de dichos espíritus salvajes y vengativos que expresan
aquella paradójica mezcla entre modernidad y tradición en las tierras de Niger.
Otra vez la autora nos lleva a
buscar las pistas en la historia, esta vez reflexionando a partir de las
memorias que comparten con ella algunos
residentes a propósito de la construcción de la carretera y cuyo relato es
rescatado en el texto. En relación a lo anterior, las memorias de sus
informantes nos retrotraen a la época en las que las carreteras de construían,
poniendo énfasis en las transformaciones en el paisaje, por cierto hablamos de
la destrucción espacial que esto implicaba.
Es así como los ingenieros
intervinieron el paisaje de forma de que se destruirían las moradas de muchos
espíritus, quienes vivían en árboles, rocas y cavernas.. santuarios destruidos
con la carretera. Los espíritus se convertirían en espectros errantes desde
entonces, y se relocalizarían en lugares inapropiados lo que los convertiría en
fuerzas peligrosas en la carretera, sin contar su animo de revancha,
ayudándonos en la comprensión fenomenológica de lo mortífero de los espíritus[4].
De esta forma, no solo la
peligrosidad de los espíritus va adquiriendo historicidad en el análisis de la
autora sino simultáneamente va mostrando parte de la experiencia pasada
materializada en el paisaje presente para los Mawri.
En una primera capa de
superposición resulta nítida la experiencia de transformaciones violentas del
periodo poscolonial y la modernización capitalista, pero esta no es la única
realidad histórica que los espíritus refractan, Masquelier también nos introduce en una nueva esfera de
análisis, la religiosa y los conflictos entre cosmogonías[5].
Si la construcción de la
carretera había despojado a los espíritus de sus moradas y santuarios, el Islam
los había ya antes relegado al olvido, con las conversión al islam muchos
espíritus habían dejado de recibir las ofrendas periódicas.
Estos espíritus habían sido
centrales en la cartografía espacial de los primeros habitantes por tanto su
espíritu vengativo debe contemplar tanto el despojo poscolonial de su hábitat
como el haber sido desplazados de su centralidad cosmológica por el islam.
El espacio no puede para los
Mawri ser considerado como neutral y la carretera condensa las experiencias de
conflicto de la memoria de los pueblos, en un tiempo denso, en un presente que
es la vez también el pasado.
La carretera a su vez conecta no
sólo pueblos sino mercados[6],
y en estos otra vez pueden ser hallados elementos que remiten a experiencias
conflictivas, en la medida de que los mercados comerciales fueron para el caso
de Niger-y también de otros países de África- capitalizados por musulmanes. El
mercado urbano podía ser entendido como manifestación de la hegemonía de las
elites comerciales musulmanas, las que contrastaban con el campesino medio,
marginalizado a los costados de la carretera dando cuenta de otra contradicción
más, cuya genealogía histórica se hunde profundo en el devenir de las tierras y
los pueblos de Niger..
Muy interesante es en la etapa de
las conclusiones, la discusión crítica que Masquelier hace de la archi popular
y extendida noción de no-lugar de Augé (1995), al respecto categorizar un
espacio como la “Ruta 1 de Niger” como no-lugar podría parecer coherente a primera
vista, en la medida de que se trata de espacios de tránsito, no obstante la
autora plantea que este espacio es más que un no-lugar descartando-para el caso
de estudio- la conceptualización de Augé.
La carretera es en Niger
-concluye Masquelier- un articulador complejo, en el que se superponen diversas capas de
experiencia colectiva tanto del pasado como el presente, por lo que a juicio de la autora (y en lo que coincidimos) no sería adecuada la
utilización de la noción de Augé para este tipo de espacios historizados, pese
a ser espacios de tránsito.
En suma, un trabajo original,
complejo e interesante, parte de una nueva generación de trabajos que hacen eco
del giro espacial en ciencias sociales[7]
en el que la autora concluye que la carretera y la modernidad simbolizan una
superposición contradictoria de realidades discontinuas, que vinculan lo
extraño y lo familiar, el bien y el mal (Ibid 847), las que dan cuenta de la
forma profundamente historizada de la experiencia espacial y temporal de lo
Mawri en Niger, también de su experiencia y subjetividad histórica espacializada a sangre,
en el paisaje de una memoria viva en el Niger Post Colonial.
Referencia
Citadas
-Comaroff Jean y Comaroff John. “Allien-Nation:
Zombies, Immigrants and the Millenial”. CODFESRIA Bulletin 1999
-Comaroff Jean y Comaroff John. “Ethnography on
an Awkward Scale: Poscolonial Anthropology and the Violence of Abstraction”. SAGE
Publication Vol 4 2003.
-Masquelier,
Adeline. 2002. “Road Mythographies: Space,
Mobility, and the Historical Imagination in Postcolonial Niger”, American
Ethnologist Vol 29, N°4 2002
NOTAS:
[1] Lo anterior pese a que el trabajo de estos
autores sudafricanos es apenas citado en el texto. No obstante me parece
identificar su influencia de una forma bastante nítida, es por cierto una
apreciación personal de la que me hago cargo.
[2] No es casual-me parece- que el Británico
haya sido un pionero en el estudio de las espacialidades y temporalidades en su
trabajo con los Nuer, o que haya dado nuevos aires al trabajo
interdisciplinario con la historia.
Hablamos eso si, de una tradición inaugurada por el autor de “The Nuer”,
pero que ha sido profundamente politizada a partir de las líneas de
investigación de los años 80´s, despojando de la centralidad el enfoque estructural
para pasar a una politización de la historia, la memoria y la temporalidad..
[3] Niger se independiza en el año 1960, aunque ya en 1958 se había constituido como
“estado autónomo” en la comunidad francesa. Es relevante señalar que al momento
de independizarse, Niger no poseía carreteras, por lo que estas se
constituyeron en un objetivo central para el incipiente estado poscolonial, más
si se considera la condición mediterránea de este país.
[4] En varios momentos del texto la autora
resalta el hecho de que las protecciones rituales y los amuletos no resultan
efectivos ante dichos espíritus, No se trataría de malos espíritus como si de
espíritus “incontrolables” (podríamos decir que salvajes), espíritus que están
más allá del control y diálogo ritual.
[5] Al respecto se puede mencionar como dato de
contexto histórico que la presencia musulmana tiene larga data en Niger,
introducida por los Tuareg, pueblo Berebere que ya en el siglo XII
contribuyeron en procesos regionales de islamización.
[6] A su vez cada mercado tiene su propio
espíritu, el que es alimentado mediante sacrificios rituales (Ibid p-842;843)
[7] En relación al giro espacial, en el plano
de la antropología latinoamericana, creo que podemos establecer algunos puntos
comunes del trabajo revisado de Masquelier con la literatura de Gastón Gordillo
en relación a las tensiones entre el espacio y la memoria en el marco de
historias violentas y conflictivas en el Chaco argentino en su anexión al
estado nación y al capitalismo agrario.