viernes, 16 de noviembre de 2012

Droga en Deconstrucción



A propósito de una recomendación de Isabel, quien me recomendó las obras de Alex Grey y las reflexiones de Terence McKenna, generosas recomendaciones que agradezco infinitamente es que decidí finalmente exponer este artículo olvidado por ahí, que precisamente coincide en alguna medida con lo planteado por MacKenna.
En los últimos meses se ha vuelto a discutir sobre las drogas en la opinión pública chilena, lo anterior dado algunas coyunturas mediáticas, de estas mencionaremos una de las más reciente, producida a propósito de los dichos del senador socialista Fulvio Rossi quien reconoció a un medio escrito de circulación nacional que consumía marihuana “ocasional y esporádica-mente", el reconocimiento generó una ola de comentarios tanto del mundo político como de los medios de comunicación, por cierto una ronda de comentario moralistas y retrógrados incluidos. 
Por otra parte las medidas adoptadas por el presidente uruguayo Pepe Mujíca en relación a la marihuana han impactado potentemente a la opinión pública internacional y por cierto también a la Chilena. En ese marco de realizó una mesa redonda hace unos días para tratar el tema en la UCEN, dando cuenta de una presencia de la problemática en los medios y la opinión pública.
A propósito de lo anterior y del circo mediático suscitado se han reflotado discusiones sobre el consumo de drogas, sobre despenalización del cultivo y otras hierbas: 
Demás está decir que los discursos que principalmente hoy copan los medios corresponden a imaginarios culturales y mediatizados por el poder, y son en última instancia ontologías culturales y políticas bien concretas, en parte examinaremos aquello a continuación.
Es sobre esta coyuntura, en realidad sin mayor relevancia que aprovecho de conectar el tema del consumo de drogas, la hegemonía y la salud a propósito de la crítica (constructiva) de dos textos de la literatura antropológica sobre salud y drogas y con ello derivar algunas reflexiones sobre el tema. 
Los textos en cuestión son “Consumo de Drogas. Una Perspectiva Antropológica” de la licenciada María Isabel Menéndez, y “Salud, Procreación y Hegemonía” del Antropólogo Marcelino Fontán. 
No obstante nuestra intención es rescatar de ambos textos elementos y conceptos que nos ayuden a construir un nuevo texto en relación a la temática, a saber, una aproximación desde el post estructuralismo, en particular se trata de una deconstrucción de la droga en tanto significante, y en consecuencia de los discursos asociados a ella, sin perder de vista los elementos que la antropología nos presenta.
Iniciaremos el recorrido rescatando conceptos y algunas discusiones que nos dejen en posición de establecer algún juicio de desarrollo temático.
Para comenzar recogeremos lo propuesto por Fontán en relación a la noción gramsciana de hegemonía, en relación a esta conceptualización el autor la vincula la temática de la salud, en ese sentido la conceptualiza como “mecanismos de producción de liderazgo intelectual y de consenso, de hábitos de comportamiento, valores y modos de pensar que difunden la ideología, los intereses y los valores de la clase que domina el estado, desde la cual articula la conducción del conjunto social” (Fontán, 2005, p-152), lo importante a nuestro creemos es destacar que la conceptualización rescatada, es a nuestro juicio por si misma insuficiente, por lo que debe ser complementada por la reflexión sobre el poder en el que se apoya, es así como se vuelven relevantes las instituciones dadoras de sentido, lo interesante en relación a estas es que podemos entenderlas a la vez como parte de una hegemonía y a la vez como reproductoras de la hegemonía que conforman en un proceso dialéctico.
No obstante lo anterior nos parece adecuado resaltar, que la hegemonía en tanto concepto y las instituciones reproductoras en tanto conceptualizaciones no han sido pensadas para reflexionar la alteridad de formas alternativas de concebir, en ese sentido la diversidad al interior de una hegemonía, incluso sus discusiones internas contrahegemónicas participan de ontologías compartidas, es decir que la hegemonía como su discusión están ancladas en los mismos puntos de referencias en cuanto a concepciones de realidad se refiere (esto es ontológicamente).
Lo anterior debe ser considerado para comprender la discusión que plantearemos más adelante, en la que mediante la deconstrucción pretenderemos echar un vistazo hacia otras formas ontológicas en relación a las “drogas”, con lo que podremos preguntarnos ya no desde nuestro etnocentrismo naturalizado su acaso lo que para nosotros en tanto significante es la "droga" lo es también para "otros" pueblos con otras culturas, la respuesta más que probablemente es que no entonces podemos profundizar ¿si acaso el hablar desde nuestro discurso hegemónico es lo adecuado que suponemos que es?....
vamos a pensar desde los discursos como espacios de significado, como dimensiones amplias de la cultura en el que se articulan los artefactos del lenguaje.
Volvamos a la hegemonía y a la sociedad civil mediante la perspectiva planteada por el autor, esta última puede comprenderse como un espacio en tensión entre las formas ideológicas dominantes y las alternativas.
Resulta interesante destacar lo recogido por el profesor Fontán respecto de que el grupo o sector hegemónico no busca suprimir la diversidad sino cooptarla dentro de su propio proyecto, lo anterior es especialmente familiar en las democracias modernas.
Es en ese sentido también la salud resulta un significante dentro de un espacio discursivo, en el marco global de una democracia de mercado moderna. De esa forma las instituciones dadoras de sentido engloban por cierto como muy bien señala Fontán, a las instituciones sanitarias, las que por cierto traducen un discurso coherente a la hegemonía vigente y con ello a las restantes instituciones “dadoras de sentido”.

En ese contexto es en el que podemos situar el discurso hegemónico en nuestros países en relación a la salud y las drogas. Es en última instancia este el tema que queremos tratar, para lo que hemos también tomado los aportes conceptuales de Menéndez, al respecto la autora conecta con lo rescatado anteriormente respecto de la hegemonía, en ese sentido el discurso de la salud hegemónico en nuestras sociedades es el de la medicalización, en este discurso médico la autora incluye también el psicológico, argumentando que este último sirve de complemento auxiliar al discurso médico.
Es este discurso el que etiqueta el consumo de una forma homogenizadora, de esa forma cualquier consumo es igualado, con lo que se constituye desde el discurso con una categoría única. Es interesante pensar culitativamente sobre esta categoría única, en ese sentido esta se transforma en un instrumento simplificador y ciertamente homogenizante. Lo anterior debe sumarse a otra superposición de base en términos discursivos como lo es el dicurso moral de raíz judeo-cristiana de manera de que esta categoría única de consumo de droga queda moralmente supeditada a una forma de saber, la medicina en sentido foucaultiano (Foucault 1963).
De lo anterior se deriva la estigmatización de todas las formas de consumo mediante la categorización hegemónica, desde una perspectiva antropológica Menendez sugiere una desnaturalización de las categorías discursivas, puesto lo anterior se presenta como funcional a los proyectos políticos conservadores y criminalizadores de la diferencia Dicha sugerencia nos parece un gran acierto puesto nos permite desprendernos de nuestras propias categorías de clasificación lo que nos da un ángulo distinto para observar.
Precisamente dicha práctica, la de homogenizar todos los tipos de consumo bajo una misma denominación estigmatizadora es la que ha dominado la discusión de la opinión pública en los medios de comunicación y por cierto también la discusión política en Chile, en ese sentido los sectores librepensadores de la política se han visto acorralados y probablemente amedrentados por un discurso conservador en los moral y medicalizado en lo disciplinario, en ese escenario nadie en el mundo político chileno se plantea desde un discurso alternativo si es que no quiere perder votos y el favor de los medios de comunicación. 
Respecto a lo anterior lo paradójico e intersante es que la sociedad civil parece estar varios pasos más adelante en este respecto, no obstante desde los estamentos políticos lo que observamos refleja más bien un discurso (y lamentablemente también una práctica) de décadas anteriores, un discurso que borra las diferencias y que para todo consumo tienen un planteamiento criminalizador y medicalizante.
Retomando lo plantado por la autora es importante destacar que desde una perspectiva antropológica no se pretende negar la existencia de consumos con consecuencias problemáticas en las sociedades contemporáneas no obstante nos parece (y en eso coincidimos plenamente con la autora) que desde la antropología podemos colaborar en la tarea de establecer diferenciaciones.
Una vez estableciendo la posibilidad de diferencias podemos referirnos al consumo problemático, el problema de la drogodependencia.
En relación al último fenómeno, la dependencia a las drogas no puede comprenderse fuera de la actividad global del capitalismo, con lo que la dependencia es producida no sólo por una sustancia sino que estimulada por una estructura económica (en este caso informal), de producción, distribución de sustancias convertidas en productos de una nueva industria.
Más profundamente la adicción y las dependencias son un fenómeno típicamente moderno, en este sentido podemos comprender la dependencia como una estructura de comportamiento, por lo mismo podemos encontrar una amplia diversidad de dependencias de las que las motivadas por sustancias tipificadas como “drogas” sólo son un tipo.
Para comprender este fenómeno del mundo contemporáneo la autora realiza una rápida revisión histórica haciendo notorio que lo que las “drogas” han acompañado históricamente al ser humano en su devenir, si bien creemos que la autora acierta en lo anterior creemos que el significante “droga” es propio de nuestro repertorio discursivo y por tanto no puede ser rastreado en situaciones históricas que trasciendan nuestros marcos de lenguaje.
Con la reflexión anterior creemos que no podemos hacer una evaluación lineal de la droga a través del devenir humano puesto la droga es una conceptualización occidental, es decir lo que para nosotros es una droga (con toda la carga semántica que dicho significante posee), para otras culturas y en otros momentos del devenir humano poseía para dichos grupos distintas significaciones, entre las que las medicinales y rituales se rebelan como las más recurrentes. Esto en concreto debido a que la droga es un significante dentro de “nuestro” campo discursiva lo que no es compatible un análisis sincrónico puesto son estructuras discursivas divergentes.
Lo cierto es que el ser humano en sus diversas culturas se ha relacionado de diversas maneras a las sustancias que nosotros, en nuestra sociedad y no desde hace mucho tiempo llamamos drogas, los registros los constatan y las genealogías culturales también.
Las aproximaciones a los usos de dichas sustancias nos llevan a sus prácticas y deben ser comprendidas dentro de sus marcos ontológicos, lo que se tensiona a una observación en base a nuestras concepciones occidentales de la droga, interponiendo un sutil velo de etnocentrismo en el análisis, que aunque sutil constituye un elemento distorsionador en la observación. El tema es interesante y se constituye un desafío más adecuado al análisis sincrónico que al diacrónico.
La pregunta que nos quedaría dando vueltas es entonces como opera el significante droga al interior de nuestro marco ontológico de lenguaje, que posiciones relacionales adquiere en una diacronía menos, esto es la de parte del paradigma del mundo contemporáneo (los últimos siglos de la modernidad y modernidad en crisis o pos modernidad).
Dentro de las posibilidades de dicha pregunta podemos rescatar como una vía posible de construcción de respuestas lo destacado por Menéndez en relación de que las drogas no se constituirían como problema social sino hasta el siglo XIX, es decir en plena consolidación moderna (o al menos en su discurso histórico).
Es de esta forma como en la modernidad la droga se transforma en un significante que asumirá distintas posiciones en el tablero de los discursos, no obstante, si adquiere un centro de gravedad de significado, por cierto en un fenómeno arbitrario y mediado por el poder y la hegemonía cultural.
Por lo mismo también es observable un papel contracultural de las drogas en la sociedad moderna, lo anterior en la forma de respuestas alternativas a los mandatos hegemónicos y la totalidad de las instituciones.
Pero me quiero detener en un detalle destacado por la autora antes citada como lo es el hecho de que las drogas se constituirían en un problema, me interesa detenerme en lo anterior en tanto expresión lingüística y discursiva, es decir en tanto sintaxis organizada y cargada de sentido que supone o al menos incentiva una forma particular de acción.
No es casual que las drogas se conviertan en problema, es nuestra sociedad, la que de alguna forma crea dicho problema, puesto genera una categoría de sentido, la genera y por lo tanto no transforma un problema sino que lo crea.
El carácter problemático de esta categoría supone y acarrea una serie de elementos de significado socialmente compartidos y socializables por las instituciones de sentido, que funcionan como un efecto de halo ante el conjuro de la palabra, del término droga en tanto significante socialmente construido y colmado de significado.
En términos estructuralistas se constituye un significado, se centra una significación en un campo moral, en el que la droga asume una posición polar negativa. Es en ese escenario en le que los discursos articulados sobre el consumo se constituyen.
Por otra parte y recogiendo la preocupación de Foucault por el conocimiento, creemos que hay una relación entre el poder y el saber en tanto el discurso moralmente cargado de la hegemonía en torno al consumo de drogas está científicamente justificado en la medicalización, con lo que encontramos a la medicina como un sistema de generación de saberes, de alguna forma sacralizado y naturalizado en nuestra sociedad con lo que adquiere una posición en el discursos hegemónico difícil cuestionar sin pagar los costos de enfrentarse a la hegemonía. Lo anterior nos permite entender que pese a la ventaja que la sociedad civil le lleva al mundo político formal, este o al menos los sectores más abiertos a los nuevos tiempos no se atrevan (salvo muy contadas excepciones) a contrariar el discurso instalado.
La situación anterior se hace especialmente patente en el caso de las discusiones sobre la despenalización del auto cultivo, puesto en Chile la hipocresía es tal que el consumo privado no está sancionado sin embargo si lo está la comercialización, el inter cambio y por cierto el cultivo y el autocultivo por tanto tenemos una práctica no sancionada (el consumo) pero todas las prácticas que conlleva un consumo si están sancionadas.
En la misma dirección recogemos la crítica realizada desde distintos sectores civiles a la ley 20.000 promulgada el 2005, que introduce la posibilidad de enjuiciar por microtráfico en calidad de sospecha ante la posesión de la más mínima cantidad de marihuana.
Todo lo anterior en el contexto de una hegemonía sumamente cerrada ante las posibles discusiones, como por ejemplo la posibilidad de flexibilizar las sanciones referidas a la marihuana.
Ante esto los dispositivos mediáticos se activan criminalizando la marihuana y su cultivo y escondiendo los argumentos y discusiones que plantean afectar directamente a los consumos más nocivos y adictivos como la cocaína, la pasta base y por cierto las organizaciones productivas del narcotráfico.
Los motivos que llevan a los sujetos a consumir son de muy diverso origen y naturaleza y no pueden ser reducidos y englobados en categorizaciones moralizantes y crecientemente patologizantes desde la medicina y la psicología.
Por otra parte desde la autoridad política parece querer construirse un nuevo enemigo moral abstracto en el llamado “flagelo de la droga” (para usar uno de los lugares comunes mayormente usados por la prensa nacional), invocación discursiva que es acompañada en los medios de música ad hoc para presentar situaciones dramáticas y que prepara el camino para la opinión de un experto, la mayoría de las veces un conservador medicalista.
Con lo anterior no queremos negar que los consumos de drogas sean un problema, de hecho lo son, no obstante nos interesa analizar la construcción de un discurso en consonancia con una configuración capitalista en la que en una estructura informal la droga es una mercancía más con lo que las prácticas de consumo asumen las características del consumismo, de hecho las formas de dependencia no son muy distintas a las de cualquier sujeto consumista en general. Sin embargo si hay diferencias y estas están dadas por los efectos del producto o mercancía consumida en los propios sujetos, al respecto algunas de estas mercancías, sobre todo las de mejor mercado (que suelen ser las sustancias más tóxicas y adictivas) tienen efectos notorios en la salud de los sujetos.
Estos efectos en parte se explican por el procesamiento de las sustancias en tanto productos industriales, despojados de toda significación que las pueda hacer comparables a la utilización de otras sustancias, para otros fines, en otras culturas.
En este punto podría hacerse una clara diferenciación en cuanto al consumo de marihuana no obstante el discurso hegemónico nos establece diferenciaciones y prefiere instalar un recurso discursivo efectista ante las evidencias aportadas por quienes defienden una flexibilización ante la marihuana, el recurso introducido es el argumento de que la marihuana si bien no es “tan” dañina es el primer escalón hacia drogas más duras con lo que la severidad se mantiene.
Las políticas públicas sobre consumo de drogas se anclan en dichos discursos e imaginarios sociales criminalizadores y en última instancia patologizadores mediante los que Menéndez denomina “heterocontroles, normalizando al sujeto en una oposición binaria de enfermo-delincuente. Homogeneizando las más diversas formas de consumo, sin hacerse cargo de que la configuración de las economías informales se presentan como respuestas a la exclusión social de nuestras sociedades desiguales.
Por otra parte las posiciones marginales y experimentales de profesionales e instituciones más aventuradas, que han planteado programas diferenciales para los distintos tipos de consumidores y sus graduaciones de problematicidad han sido cuestionados fuertemente, por ejemplo cuando han propuesto en algunos casos el reemplazo de drogas duras por consumo de marihuana cuando aparece que la eliminación del consumo no es factible, en algunos casos de consumo problemático, estas alternativas son fruto de cuestionamientos que más que referirse a los aspectos concretos y en términos profesionales está moralmente fundado, y se interpreta como una acción anómica, disonante en el discurso.
Lo anterior nos hace pensar en lo destacado por Ménéndez cuando plantea que el factor de autocontrol no ha sido considerado en el discurso absoluto de la abstención, de la abstinencia, planteamiento con el que estamos plenamente de acuerdo en la medida de que las políticas y programas de “re habilitación” están orientados ideológicamente a crear un demonio llamado droga y un pecado llamado consumo.
Lo anterior no puede ser visto principalmente en una de las dos ramas principales de la rehabilitación en Chile como lo es la de “comunidades”, en las que el fundamento ideológico, la creación de una moral colectiva en una solidaridad mecánica en sentido durkheimiano, dentro de esta lógica, notorio es en la más exitosa en Chile importante es la presencia del as “asesorías espirituales” de sacerdotes cristianos de diversas fauna. En estos programas es evidente la construcción de un discurso moralizante en el que la droga viene a constituirse en una sinónimo del mal, en una exteriorización moderna para el mal con lo que el sujeto debe perder su autonomía desde lo ideológico y asumir con potencia el discurso comunitario.
Por otra parte la otra rama de la rehabilitación en chile es la clínica, absolutamente medicalizante, en la que el sujeto es objeto de tratamiento de pastillas con lo que pierde su autonomía desde lo biológico.
En ambos casos los individuos son anulados o al menos se espera que lo sean.
Desde las ciencias sociales no ha habido en Chile una aproximación crítica a la temática, puesto las principales aproximaciones han sido en diversa medida tributarias de la mirada hegemónica de forma de que no hay acercamientos, ni desde el sujeto que permita diferenciar sus múltiples motivaciones ni del discurso y de la situación de la práctica en un entramado mayor.
Lo anterior es relevante en la medida de que lo que genera visibilidad son los casos extremos, es decir lo casos de consumo problemático con lo que nos quedamos sin acceso a los casos de consumo no problemático, con ello nos gustaría retomar lo planteado por Menéndez en relación a la discusión sobre el auto control, puesto todo ha girado alrededor de la abstinencia total lo que en muchos de los casos es intentar tapar la luz del sol con un dedo, convirtiéndose en un esfuerzo inútil.
En relación a lo anterior creemos que el autocontrol puede significar un giro y a la vez un aporte, al centrarse en las posibilidades de agencia del sujeto, en relación a un contexto estructural, el autocontrol como una acción estratégica en el sentido bourdiano en el que el objetivo ya no sea la eliminación total del consumo sino la mitigación de los efectos de este en los casos problemáticos, además esto podría contribuir a la superar la estigmatzación homogenizadora que se extiende entre los consumidores no problemáticos.
No obstante lo anterior requiere de aproximaciones novedosas (al menos acá en Chile) desde las ciencias sociales que ayuden a descomponer esta categoría gruesa y aún sólida que es el consumo de drogas, colaborando a evidenciar la diversidad interna que contiene el fenómeno de dicho “consumo”.
Una nueva sociedad, renovada en su ciudadanía requiere de políticas públicas también renovadas y que superen los paradigmas de las décadas anteriores, las discusiones que la ciencia social pueda levantar en dicha dirección pueden ser claves para secundar a la ciudadanía chilena en la búsqueda de apertura de espacios de participación en la construcción de nuevo marcos normativos, que superen los actuales, los que dan cuenta de una estructura rígida y represiva puesto dan cuenta de una conformación pensada para un Chile pasado no para el presente.
Claro está, lo anterior supone solo una posibilidad sin garantías de ningún tipo, un espacio abierto a las coyunturas de la discusión.

Referencias casi citadas:

Gramsci, Antonio (ed.1986), "Cuadernos de la cárcel", Editorial Era, México 
Menéndez, M.I. (2002), "Consumo de drogas. Una perspectiva antropológica" en: www.naya.org.ar/congreso2002/ponencias/isabel_menendez.htm (6pág.) 
Fontan Marcelino (2005): "Salud. Procreación. Hegemonia". En: Isla, Alejandro y Colmegna, Paula: "Política y Poder en los procesos de Desarrollo: Debates y posturas en torno de la aplicación de la antropología"


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