A propósito de una recomendación de Isabel, quien me recomendó las obras de Alex Grey y las reflexiones de Terence McKenna, generosas recomendaciones que agradezco infinitamente es que decidí finalmente exponer este artículo olvidado por ahí, que precisamente coincide en alguna medida con lo planteado por MacKenna.
En los últimos meses se ha vuelto a discutir sobre las drogas en la opinión pública chilena, lo anterior dado algunas coyunturas mediáticas, de estas mencionaremos una de las más reciente, producida a propósito de los dichos del senador socialista Fulvio Rossi quien reconoció a un medio escrito de circulación nacional que consumía marihuana “ocasional y esporádica-mente", el reconocimiento generó una ola de comentarios tanto del mundo político como de los medios de comunicación, por cierto una ronda de comentario moralistas y retrógrados incluidos.
En los últimos meses se ha vuelto a discutir sobre las drogas en la opinión pública chilena, lo anterior dado algunas coyunturas mediáticas, de estas mencionaremos una de las más reciente, producida a propósito de los dichos del senador socialista Fulvio Rossi quien reconoció a un medio escrito de circulación nacional que consumía marihuana “ocasional y esporádica-mente", el reconocimiento generó una ola de comentarios tanto del mundo político como de los medios de comunicación, por cierto una ronda de comentario moralistas y retrógrados incluidos.
Por otra parte las medidas adoptadas por el presidente uruguayo Pepe Mujíca en relación a la marihuana han impactado potentemente a la opinión pública internacional y por cierto también a la Chilena. En ese marco de realizó una mesa redonda hace unos días para tratar el tema en la UCEN, dando cuenta de una presencia de la problemática en los medios y la opinión pública.
A
propósito de lo anterior y del circo mediático suscitado se han
reflotado discusiones sobre el consumo de drogas, sobre
despenalización del cultivo y otras hierbas:
Demás está decir que
los discursos que principalmente hoy copan los medios corresponden a imaginarios
culturales y mediatizados por el poder, y son en última instancia
ontologías culturales y políticas bien concretas, en parte examinaremos aquello a continuación.
Es sobre
esta coyuntura, en realidad sin mayor relevancia que aprovecho de
conectar el tema del consumo de drogas, la hegemonía y la salud a
propósito de la crítica (constructiva) de dos textos de la literatura antropológica sobre salud y drogas y con ello derivar algunas reflexiones sobre el tema.
Los
textos en cuestión son “Consumo de Drogas. Una Perspectiva
Antropológica” de la licenciada María Isabel Menéndez, y “Salud,
Procreación y Hegemonía” del Antropólogo Marcelino Fontán.
No
obstante nuestra intención es rescatar de ambos textos elementos y
conceptos que nos ayuden a construir un nuevo texto en relación a la
temática, a saber, una aproximación desde el post estructuralismo,
en particular se trata de una deconstrucción de la droga en tanto
significante, y en consecuencia de los discursos asociados a ella,
sin perder de vista los elementos que la antropología nos presenta.
Iniciaremos
el recorrido rescatando conceptos y algunas discusiones que nos dejen
en posición de establecer algún juicio de desarrollo temático.
Para
comenzar recogeremos lo propuesto por Fontán en relación a la
noción gramsciana de hegemonía, en relación a esta
conceptualización el autor la vincula la temática de la salud, en
ese sentido la conceptualiza como “mecanismos de producción de
liderazgo intelectual y de consenso, de hábitos de comportamiento,
valores y modos de pensar que difunden la ideología, los intereses y
los valores de la clase que domina el estado, desde la cual articula
la conducción del conjunto social” (Fontán, 2005, p-152), lo
importante a nuestro creemos es destacar que la conceptualización
rescatada, es a nuestro juicio por si misma insuficiente, por lo que
debe ser complementada por la reflexión sobre el poder en el que se
apoya, es así como se vuelven relevantes las instituciones
dadoras de sentido, lo interesante en relación a estas es que
podemos entenderlas a la vez como parte de una hegemonía y a la vez
como reproductoras de la hegemonía que conforman en un proceso dialéctico.
No
obstante lo anterior nos parece adecuado resaltar, que la hegemonía
en tanto concepto y las instituciones reproductoras en tanto
conceptualizaciones no han sido pensadas para reflexionar la
alteridad de formas alternativas de concebir, en ese sentido la
diversidad al interior de una hegemonía, incluso sus discusiones
internas contrahegemónicas participan de ontologías compartidas, es decir que la hegemonía como su discusión están ancladas en los mismos puntos de referencias en cuanto a concepciones de realidad se refiere (esto es ontológicamente).
Lo anterior debe ser considerado para comprender la discusión que plantearemos más adelante, en la que mediante la deconstrucción pretenderemos echar un vistazo hacia otras formas ontológicas en relación a las “drogas”, con lo que podremos preguntarnos ya no desde nuestro etnocentrismo naturalizado su acaso lo que para nosotros en tanto significante es la "droga" lo es también para "otros" pueblos con otras culturas, la respuesta más que probablemente es que no entonces podemos profundizar ¿si acaso el hablar desde nuestro discurso hegemónico es lo adecuado que suponemos que es?....
vamos a pensar desde los discursos como espacios de significado, como dimensiones amplias de la cultura en el que se articulan los artefactos del lenguaje.
Lo anterior debe ser considerado para comprender la discusión que plantearemos más adelante, en la que mediante la deconstrucción pretenderemos echar un vistazo hacia otras formas ontológicas en relación a las “drogas”, con lo que podremos preguntarnos ya no desde nuestro etnocentrismo naturalizado su acaso lo que para nosotros en tanto significante es la "droga" lo es también para "otros" pueblos con otras culturas, la respuesta más que probablemente es que no entonces podemos profundizar ¿si acaso el hablar desde nuestro discurso hegemónico es lo adecuado que suponemos que es?....
vamos a pensar desde los discursos como espacios de significado, como dimensiones amplias de la cultura en el que se articulan los artefactos del lenguaje.
Volvamos
a la hegemonía y a la sociedad civil mediante la perspectiva
planteada por el autor, esta última puede comprenderse como un
espacio en tensión entre las formas ideológicas dominantes y las
alternativas.
Resulta
interesante destacar lo recogido por el profesor Fontán respecto de
que el grupo o sector hegemónico no busca suprimir la diversidad
sino cooptarla dentro de su propio proyecto, lo anterior es
especialmente familiar en las democracias modernas.
Es en
ese sentido también la salud resulta un significante dentro de un
espacio discursivo, en el marco global de una democracia de mercado
moderna. De esa forma las instituciones dadoras de sentido engloban
por cierto como muy bien señala Fontán, a las instituciones
sanitarias, las que por cierto traducen un discurso coherente a la
hegemonía vigente y con ello a las restantes instituciones “dadoras
de sentido”.
En ese
contexto es en el que podemos situar el discurso hegemónico en
nuestros países en relación a la salud y las drogas. Es en última
instancia este el tema que queremos tratar, para lo que hemos también
tomado los aportes conceptuales de Menéndez, al respecto la autora
conecta con lo rescatado anteriormente respecto de la hegemonía, en
ese sentido el discurso de la salud hegemónico en nuestras
sociedades es el de la medicalización, en este discurso médico la
autora incluye también el psicológico, argumentando que este último
sirve de complemento auxiliar al discurso médico.
Es este
discurso el que etiqueta el consumo de una forma homogenizadora, de
esa forma cualquier consumo es igualado, con lo que se constituye
desde el discurso con una categoría única. Es interesante pensar
culitativamente sobre esta categoría única, en ese sentido esta se
transforma en un instrumento simplificador y ciertamente
homogenizante. Lo anterior debe sumarse a otra superposición de base
en términos discursivos como lo es el dicurso moral de raíz
judeo-cristiana de manera de que esta categoría única de consumo de
droga queda moralmente supeditada a una forma de saber, la medicina en sentido foucaultiano (Foucault 1963).
De lo
anterior se deriva la estigmatización de todas las formas de consumo
mediante la categorización hegemónica, desde una perspectiva
antropológica Menendez sugiere una desnaturalización de las
categorías discursivas, puesto lo anterior se presenta como
funcional a los proyectos políticos conservadores y criminalizadores
de la diferencia Dicha sugerencia nos parece un gran acierto puesto nos permite desprendernos de nuestras propias categorías de clasificación lo que nos da un ángulo distinto para observar.
Precisamente
dicha práctica, la de homogenizar todos los tipos de consumo bajo
una misma denominación estigmatizadora es la que ha dominado la
discusión de la opinión pública en los medios de comunicación y
por cierto también la discusión política en Chile, en ese sentido
los sectores librepensadores de la política se han visto acorralados y probablemente amedrentados por un discurso conservador en los moral y medicalizado en lo
disciplinario, en ese escenario nadie en el mundo político chileno
se plantea desde un discurso alternativo si es que no quiere perder
votos y el favor de los medios de comunicación.
Respecto
a lo anterior lo paradójico e intersante es que la sociedad civil
parece estar varios pasos más adelante en este respecto, no obstante desde los
estamentos políticos lo que observamos refleja más bien un discurso (y lamentablemente también una práctica) de
décadas anteriores, un discurso que borra las diferencias y que para
todo consumo tienen un planteamiento criminalizador y medicalizante.
Retomando
lo plantado por la autora es importante destacar que desde una
perspectiva antropológica no se pretende negar la existencia de
consumos con consecuencias problemáticas en las sociedades
contemporáneas no obstante nos parece (y en eso coincidimos
plenamente con la autora) que desde la antropología podemos
colaborar en la tarea de establecer diferenciaciones.
Una vez
estableciendo la posibilidad de diferencias podemos referirnos al
consumo problemático, el problema de la drogodependencia.
En
relación al último fenómeno, la dependencia a las drogas no puede
comprenderse fuera de la actividad global del capitalismo, con lo que
la dependencia es producida no sólo por una sustancia sino que
estimulada por una estructura económica (en este caso informal), de
producción, distribución de sustancias convertidas en productos de
una nueva industria.
Más
profundamente la adicción y las dependencias son un fenómeno
típicamente moderno, en este sentido podemos comprender la
dependencia como una estructura de comportamiento, por lo mismo
podemos encontrar una amplia diversidad de dependencias de las que las
motivadas por sustancias tipificadas como “drogas” sólo son un
tipo.
Para
comprender este fenómeno del mundo contemporáneo la autora realiza
una rápida revisión histórica haciendo notorio que lo que las
“drogas” han acompañado históricamente al ser humano en su
devenir, si bien creemos que la autora acierta en lo anterior creemos
que el significante “droga” es propio de nuestro repertorio
discursivo y por tanto no puede ser rastreado en situaciones
históricas que trasciendan nuestros marcos de lenguaje.
Con la
reflexión anterior creemos que no podemos hacer una evaluación
lineal de la droga a través del devenir humano puesto la droga es
una conceptualización occidental, es decir lo que para nosotros es
una droga (con toda la carga semántica que dicho significante
posee), para otras culturas y en otros momentos del devenir humano
poseía para dichos grupos distintas significaciones, entre las que
las medicinales y rituales se rebelan como las más recurrentes. Esto
en concreto debido a que la droga es un significante dentro de
“nuestro” campo discursiva lo que no es compatible un análisis
sincrónico puesto son estructuras discursivas divergentes.
Lo cierto
es que el ser humano en sus diversas culturas se ha relacionado de
diversas maneras a las sustancias que nosotros, en nuestra sociedad y
no desde hace mucho tiempo llamamos drogas, los registros los
constatan y las genealogías culturales también.
Las
aproximaciones a los usos de dichas sustancias nos llevan a sus
prácticas y deben ser comprendidas dentro de sus marcos ontológicos,
lo que se tensiona a una observación en base a nuestras concepciones
occidentales de la droga, interponiendo un sutil velo de
etnocentrismo en el análisis, que aunque sutil constituye un
elemento distorsionador en la observación. El tema es interesante y
se constituye un desafío más adecuado al análisis sincrónico que
al diacrónico.
La
pregunta que nos quedaría dando vueltas es entonces como opera el
significante droga al interior de nuestro marco ontológico de
lenguaje, que posiciones relacionales adquiere en una diacronía
menos, esto es la de parte del paradigma del mundo contemporáneo
(los últimos siglos de la modernidad y modernidad en crisis o pos
modernidad).
Dentro de
las posibilidades de dicha pregunta podemos rescatar como una vía
posible de construcción de respuestas lo destacado por Menéndez en
relación de que las drogas no se constituirían como problema social
sino hasta el siglo XIX, es decir en plena consolidación moderna (o
al menos en su discurso histórico).
Es de
esta forma como en la modernidad la droga se transforma en un
significante que asumirá distintas posiciones en el tablero de los
discursos, no obstante, si adquiere un centro de gravedad de
significado, por cierto en un fenómeno arbitrario y mediado por el
poder y la hegemonía cultural.
Por lo
mismo también es observable un papel contracultural de las drogas en
la sociedad moderna, lo anterior en la forma de respuestas
alternativas a los mandatos hegemónicos y la totalidad de las
instituciones.
Pero me
quiero detener en un detalle destacado por la autora antes citada
como lo es el hecho de que las drogas se constituirían en un
problema, me interesa detenerme en lo anterior en tanto expresión
lingüística y discursiva, es decir en tanto sintaxis organizada y
cargada de sentido que supone o al menos incentiva una forma
particular de acción.
No es
casual que las drogas se conviertan en problema, es nuestra sociedad,
la que de alguna forma crea dicho problema, puesto genera una
categoría de sentido, la genera y por lo tanto no transforma un
problema sino que lo crea.
El
carácter problemático de esta categoría supone y acarrea una serie
de elementos de significado socialmente compartidos y socializables
por las instituciones de sentido, que funcionan como un efecto de
halo ante el conjuro de la palabra, del término droga en tanto
significante socialmente construido y colmado de significado.
En
términos estructuralistas se constituye un significado, se centra
una significación en un campo moral, en el que la droga asume una
posición polar negativa. Es en ese escenario en le que los discursos
articulados sobre el consumo se constituyen.
Por otra
parte y recogiendo la preocupación de Foucault por el conocimiento,
creemos que hay una relación entre el poder y el saber en tanto el
discurso moralmente cargado de la hegemonía en torno al consumo de
drogas está científicamente justificado en la medicalización, con
lo que encontramos a la medicina como un sistema de generación de
saberes, de alguna forma sacralizado y naturalizado en nuestra
sociedad con lo que adquiere una posición en el discursos hegemónico
difícil cuestionar sin pagar los costos de enfrentarse a la
hegemonía. Lo anterior nos permite entender que pese a la ventaja
que la sociedad civil le lleva al mundo político formal, este o al
menos los sectores más abiertos a los nuevos tiempos no se atrevan
(salvo muy contadas excepciones) a contrariar el discurso instalado.
La
situación anterior se hace especialmente patente en el caso de las
discusiones sobre la despenalización del auto cultivo, puesto en
Chile la hipocresía es tal que el consumo privado no está
sancionado sin embargo si lo está la comercialización, el inter
cambio y por cierto el cultivo y el autocultivo por tanto tenemos una
práctica no sancionada (el consumo) pero todas las prácticas que
conlleva un consumo si están sancionadas.
En la
misma dirección recogemos la crítica realizada desde distintos
sectores civiles a la ley 20.000 promulgada el 2005, que introduce la
posibilidad de enjuiciar por microtráfico en calidad de sospecha
ante la posesión de la más mínima cantidad de marihuana.
Todo lo
anterior en el contexto de una hegemonía sumamente cerrada ante las
posibles discusiones, como por ejemplo la posibilidad de flexibilizar
las sanciones referidas a la marihuana.
Ante esto
los dispositivos mediáticos se activan criminalizando la marihuana y
su cultivo y escondiendo los argumentos y discusiones que plantean
afectar directamente a los consumos más nocivos y adictivos como la
cocaína, la pasta base y por cierto las organizaciones productivas
del narcotráfico.
Los
motivos que llevan a los sujetos a consumir son de muy diverso origen
y naturaleza y no pueden ser reducidos y englobados en
categorizaciones moralizantes y crecientemente patologizantes desde
la medicina y la psicología.
Por otra
parte desde la autoridad política parece querer construirse un nuevo
enemigo moral abstracto en el llamado “flagelo de la droga” (para
usar uno de los lugares comunes mayormente usados por la prensa
nacional), invocación discursiva que es acompañada en los medios de
música ad hoc para presentar situaciones dramáticas y que prepara
el camino para la opinión de un experto, la mayoría de las veces un
conservador medicalista.
Con lo
anterior no queremos negar que los consumos de drogas sean un
problema, de hecho lo son, no obstante nos interesa analizar la
construcción de un discurso en consonancia con una configuración
capitalista en la que en una estructura informal la droga es una
mercancía más con lo que las prácticas de consumo asumen las
características del consumismo, de hecho las formas de dependencia
no son muy distintas a las de cualquier sujeto consumista en general.
Sin embargo si hay diferencias y estas están dadas por los efectos
del producto o mercancía consumida en los propios sujetos, al
respecto algunas de estas mercancías, sobre todo las de mejor
mercado (que suelen ser las sustancias más tóxicas y adictivas)
tienen efectos notorios en la salud de los sujetos.
Estos
efectos en parte se explican por el procesamiento de las sustancias
en tanto productos industriales, despojados de toda significación
que las pueda hacer comparables a la utilización de otras
sustancias, para otros fines, en otras culturas.
En este
punto podría hacerse una clara diferenciación en cuanto al consumo
de marihuana no obstante el discurso hegemónico nos establece
diferenciaciones y prefiere instalar un recurso discursivo efectista
ante las evidencias aportadas por quienes defienden una
flexibilización ante la marihuana, el recurso introducido es el
argumento de que la marihuana si bien no es “tan” dañina es el
primer escalón hacia drogas más duras con lo que la severidad se
mantiene.
Las
políticas públicas sobre consumo de drogas se anclan en dichos
discursos e imaginarios sociales criminalizadores y en última
instancia patologizadores mediante los que Menéndez denomina
“heterocontroles, normalizando al sujeto en una oposición binaria
de enfermo-delincuente. Homogeneizando las más diversas formas de
consumo, sin hacerse cargo de que la configuración de las economías
informales se presentan como respuestas a la exclusión social de
nuestras sociedades desiguales.
Por otra
parte las posiciones marginales y experimentales de profesionales e
instituciones más aventuradas, que han planteado programas
diferenciales para los distintos tipos de consumidores y sus
graduaciones de problematicidad han sido cuestionados fuertemente,
por ejemplo cuando han propuesto en algunos casos el reemplazo de
drogas duras por consumo de marihuana cuando aparece que la
eliminación del consumo no es factible, en algunos casos de consumo
problemático, estas alternativas son fruto de cuestionamientos que
más que referirse a los aspectos concretos y en términos
profesionales está moralmente fundado, y se interpreta como una
acción anómica, disonante en el discurso.
Lo
anterior nos hace pensar en lo destacado por Ménéndez cuando
plantea que el factor de autocontrol no ha sido considerado en el
discurso absoluto de la abstención, de la abstinencia, planteamiento
con el que estamos plenamente de acuerdo en la medida de que las
políticas y programas de “re habilitación” están orientados
ideológicamente a crear un demonio llamado droga y un pecado llamado
consumo.
Lo
anterior no puede ser visto principalmente en una de las dos ramas
principales de la rehabilitación en Chile como lo es la de
“comunidades”, en las que el fundamento ideológico, la creación
de una moral colectiva en una solidaridad mecánica en sentido
durkheimiano, dentro de esta lógica, notorio es en la más exitosa
en Chile importante es la presencia del as “asesorías
espirituales” de sacerdotes cristianos de diversas fauna. En estos
programas es evidente la construcción de un discurso moralizante en
el que la droga viene a constituirse en una sinónimo del mal, en una
exteriorización moderna para el mal con lo que el sujeto debe perder
su autonomía desde lo ideológico y asumir con potencia el discurso
comunitario.
Por otra
parte la otra rama de la rehabilitación en chile es la clínica,
absolutamente medicalizante, en la que el sujeto es objeto de
tratamiento de pastillas con lo que pierde su autonomía desde lo
biológico.
En ambos
casos los individuos son anulados o al menos se espera que lo sean.
Desde las
ciencias sociales no ha habido en Chile una aproximación crítica a
la temática, puesto las principales aproximaciones han sido en
diversa medida tributarias de la mirada hegemónica de forma de que
no hay acercamientos, ni desde el sujeto que permita diferenciar sus
múltiples motivaciones ni del discurso y de la situación de la
práctica en un entramado mayor.
Lo
anterior es relevante en la medida de que lo que genera visibilidad
son los casos extremos, es decir lo casos de consumo problemático
con lo que nos quedamos sin acceso a los casos de consumo no
problemático, con ello nos gustaría retomar lo planteado por
Menéndez en relación a la discusión sobre el auto control, puesto
todo ha girado alrededor de la abstinencia total lo que en muchos de
los casos es intentar tapar la luz del sol con un dedo,
convirtiéndose en un esfuerzo inútil.
En
relación a lo anterior creemos que el autocontrol puede significar
un giro y a la vez un aporte, al centrarse en las posibilidades de
agencia del sujeto, en relación a un contexto estructural, el
autocontrol como una acción estratégica en el sentido bourdiano en
el que el objetivo ya no sea la eliminación total del consumo sino
la mitigación de los efectos de este en los casos problemáticos,
además esto podría contribuir a la superar la estigmatzación
homogenizadora que se extiende entre los consumidores no
problemáticos.
No
obstante lo anterior requiere de aproximaciones novedosas (al menos
acá en Chile) desde las ciencias sociales que ayuden a descomponer
esta categoría gruesa y aún sólida que es el consumo de drogas,
colaborando a evidenciar la diversidad interna que contiene el
fenómeno de dicho “consumo”.
Una nueva
sociedad, renovada en su ciudadanía requiere de políticas públicas
también renovadas y que superen los paradigmas de las décadas
anteriores, las discusiones que la ciencia social pueda levantar en
dicha dirección pueden ser claves para secundar a la ciudadanía
chilena en la búsqueda de apertura de espacios de participación en
la construcción de nuevo marcos normativos, que superen los
actuales, los que dan cuenta de una estructura rígida y represiva
puesto dan cuenta de una conformación pensada para un Chile pasado
no para el presente.
Claro
está, lo anterior supone solo una posibilidad sin garantías de
ningún tipo, un espacio abierto a las coyunturas de la discusión.
Referencias casi citadas:
Gramsci, Antonio (ed.1986), "Cuadernos de la cárcel", Editorial Era, México
Menéndez, M.I. (2002), "Consumo de drogas. Una perspectiva
antropológica" en: www.naya.org.ar/congreso2002/ponencias/isabel_menendez.htm (6pág.)
Fontan Marcelino (2005): "Salud. Procreación. Hegemonia". En: Isla, Alejandro y Colmegna, Paula: "Política y Poder en los procesos de Desarrollo: Debates y posturas en torno de la aplicación de la antropología"
Fontan Marcelino (2005): "Salud. Procreación. Hegemonia". En: Isla, Alejandro y Colmegna, Paula: "Política y Poder en los procesos de Desarrollo: Debates y posturas en torno de la aplicación de la antropología"
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