La tesis central de Max Weber en “la Ética protestante y el espíritu del capitalismo” vivió un resurgimiento durante la última mitad de los años cincuenta, que generó por una parte la justificación sociológica para quienes veían en la cultura católica española la causa del retraso de nuestro país, construyendo un discurso anglófilo que se oponía a las posturas hispanistas y sud americanistas, y por otra parte fue un antecedente teórico de una nueva corriente teórica, la teoría del desarrollo y la modernización, es esa la que concentra nuestro interés crítico por constituirse como una nueva ideología como plantea Doris Cooper, que reformulada en un nuevo discurso desarrollista guía las directrices políticas de nuestro país y obnubila la realidad velada tras el discurso técnico de desarrollo, el subdesarrollo y la in sustentabilidad de las estrategias productivas en nuestro horizonte político.
Nuestro país a sido reculturalizado en el miedo y el individualismo de la dictadura y la transición, el nuevo sujeto chileno tataranieto de la neurosis de la identidad bastarda a incorporado al mercado y sus posibilidades en su personalidad. El proceso de modernización de los últimos treinta años a modificado los patrones culturales de nuestra gente, acortando enormemente la distancia entre los patrones de conducta globalizados hegemónicos, es decir en estos momentos las características psicosociales planteadas décadas atrás como variables independientes en los esquemas de desarrollo de de autores como McClelland, Inkeles y Lerner en nuestro país han tendido a la homogenización cultural, a las culturas de hegemonía sin que ello se allá traducido en desarrollo duro como era la tesis de dichos autores, sino que en una profundización de la dependencia económica y ahora cultural de la mano del consumo.
¿cómo nuestros patrones culturales son funcionales a este esquema de subordinación?, como un efecto derivado del individualismo neoliberal, la desarticulación del tejido social y la raíz de ahistoricidad de nuestra cultura chilena, moldeada siempre por una lumpen elite, entregada a los dominadores de turno.
Cuando los primeros teóricos de la dependencia crítica estudiaron el consumo, lo hicieron desde la economía dura de manera de que cabía esperar una bifurcación de los efectos del consumo en una serie de dimensiones de análisis.
En lo netamente económico la inversión en consumo en economías subdesarrolladas generaría asimetrías económicas derivadas del fortalecimiento de áreas económicas poco relevantes e insuficiente desarrollo de áreas clave en la economía de las naciones subdesarrolladas, asimetría que afectaría sólo la sustentabilidad económica al profundizar la dependencia respecto las economías hegemónicas externas. Las políticas de sustitución de importaciones sólo funcionó en el contexto de una pauperización de las relaciones de subordinación al primer mundo como producto de la segunda guerra mundial, por lo que las agencias estatales de desarrollo en la región tomaron la iniciativa en temas como la progresiva y pequeña industrialización de ciertas áreas de la economía y la participación de las elites estuvo circunscrita a el aprovechamiento coyuntural de las oportunidades abiertas por la segunda guerra.
En ese sentido, la nueva coyuntura de auge e incentivo del consumo en la región requería de condiciones culturales favorables al consumo, de esta manera los valores pequeño burgueses capitalistas se amoldarían a este requerimiento de el capitalismo, la ideología del consumo penetraría nuestra dermis cultural ayudada décadas más tarde por la liberalización da nuestra economía a partir de la dictadura.
La secularización rompe con valores tradicionales, y el discurso desarrollista y anglófilo es de alguna forma la nueva fe importada desde el primer mundo que sólo encontraría aliados en los sectores liberales y especuladores de nuestra elite, hasta que nuestras universidades se prestaran a educar bajo estos supuestos a las futuras generaciones de burócratas y tecnócratas, del estado y del mercado, sintonizando a nuestra elite a los requerimientos históricos de subordinación, cual pacto entregado sin más a la contraparte.
Una nueva ideología de masas para marcar el disco duro de nuestra cultura de cara a la globalización y un seguro de subordinación a la vez, el consumo como cultura… como mecanismo de expresión del ego, en el vació de responsabilidad histórica.
La colonización más profunda, la del espíritu mediante los mass media nos a distanciado aún más culturalmente de nuestra región, estos nuevos modelos adquiridos mediante los mass media, herramienta ideológica de educación pasan por espejos normativos de nuestra cultura, en la que el reflejo de nuestra imagen no existe sino que la imagen del espejo nos presenta un modelo al que aspiramos, un reflejo paradojal puesto es el reflejo antes que la imagen y que por cierto es el opuesto de lo local, lo regional, que esconde cualquier rasgo que nos recuerde los que somos, sudamericanos sin identidad.
Nuestra economía, de la mano de un sistema educacional que opera en la ahistória y los medios de idiotización de masas ofrecen un nuevo producto a los oferentes del producto y del servicio (por cierto extranjeros), ofrece multitudes armadas de plástico bien dispuestas ante la usura del interés, compradores voraces, de lo que sea que se venda.
Mientras nuestras elites tecno-burocráticas han sido dóciles consumidoras de la nueva fe de la gestión pública internacional y nuestra economía traspasa la subordinación a través del consumo de tecnología, no hay discusión ni conciencia de una dulce subordinación bajo los efectos del soma del consumo para las complacidas masas.
El mercado a educado a las masas docilizándolas de la mano de una educación orientada al individuo y descontextualizada de su lugar y su tiempo, perdida en las coordenadas de la historia, la ahistoricidad de los esfuerzos educativos la vemos en el marco teórico de una reforma (educativa) creada para aplicarse en Europa, en las condiciones que el primer mundo ofrecía y que aún así (en sus condiciones nativas) fracasó….. y criollas y brillantes mentes tecnocráticas esperaban que la reforma extemporánea, funcionara acá, eso es, o no querer reconocerse o implantar una política apologética al actual estado de la globalización en la región y a las condiciones de “caballo de Troya” que nuestro país significa para el capital transnacional. En definitiva, una reforma modernizadora de las mentes de los estudiantes que no educa que no cuidadaniza al estudiante sino que más bien lo prepara para el consumo, un sujeto menos ciudadano y más consumidor.
En la actualidad las mediciones arrojarían incrementos del n-logro y el modernismo mental sin que estos hechos impliquen desarrollo ni potencial desarrollo debido a que son efectos del incremento de la exposición simple a los mass media y a la nueva hegemonía de internet y no representan giros en las estrategias de desarrollo social de nuestras entregadas elites, tanto políticas como cientistas sociales y por otro lado parecen sólo profundizar la enajenación a la historia del chileno.
El consumo como práctica conspicua es un fin socialmente legitimado por la educación y la comunicación en el contexto de nuestra cultura dependiente y para eso el mercado a dispuesto de dinero dulce en forma de tarjetas para que el sujeto masa y consumidor reafirme su ego mediante el consumo, el rito que reafirma la nueva doctrina el liberalismo de laboratorio, el consumo como ostentación de status y como aplacador de la ansiedad, soluciones para un sujeto con vació de tiempo, con vació de lugar, con una neurosis histórica, una neurosis de identidad
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